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visita de blanco

cuento

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Mariana Ocampo Pino

Instagram: @_mariana018_

Como cada noche, lo visitó en su habitación. Se sentó a su lado y le acarició la piel. Él sentía su presencia, pero no se inmutaba cuando la percibía. A veces no podía dormir al saber que ella estaba ahí, le producía un remolino de sensaciones.

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La veía con su vestido blanco atravesando la puerta que él mismo dejaba abierta para que pasara. Y cuando se acomodaba a su lado, sentía como el cabello rozaba con su piel, suave y sedoso.

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No sabía por qué lo acompañaba en aquellas noches de frío desmesurado, de soledad infinita que no tenían refugio, nunca le había hablado y aunque a veces le tarareaba una canción para que se pudiera dormir, no le reconocía la voz. 

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En un amanecer decidió seguirla, quería saber de dónde venía y dónde se ocultaba. La acompañó a través de las paredes, la siguió por el jardín que tenía y hasta por las aguas que se acumulaban cerca del césped, pero simplemente se desvaneció.

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Desde ese día no la volvió a ver hasta que en una noche de llanto casi eterno volvió, y por fin pudo verla perfectamente, su rostro era triste y sus ojos no estaban. Cuando ella llegaba le producía escalofríos, lo asustaba y al mismo tiempo lo ponía débil.

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Su corazón se aceleraba cuando ella estaba, no respiraba bien.                 

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A la mañana siguiente, notó que al pie de su cama había dejado una rosa. Roja como la sangre y llena de espinas que, sin darse cuenta, ya lo habían pinchado. La puso en un florero con agua para que, en la noche, cuando ella volviera, notara que la había cuidado.

Sin embargo, esa noche ella no se quedó con él y se llevó la rosa. Él no entendía que había hecho mal, y por qué a partir de ese día no lo volvió a acompañar. No le hacía falta, pero le extrañaba su ausencia. En algunas ocasiones lograba sentirla, pero no verla y eso le hacía creer que algo andaba mal.

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Tiempo después, al caminar por las calles de su ciudad, se encontró con alguien maravilloso, todo lo que podía ver en él era fascinante, no sabía cómo alguien así podía ser de carne y hueso. Al acercarse a él, se dio cuenta que estaba acompañado y que era la misma mujer que había estado buscando por años.

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Estaba igual que como la veía en las noches, solo que parecía que nadie más la podía ver, solo él. Ni siquiera aquel hombre que la acompañaba. Estaba a su lado en silencio, solo lo observaba, no lo tocaba, como había hecho con él.

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Inmediatamente se acercó a él corriendo para alejarla, pero cuando hizo esto solo espantó a aquel joven que había admirado tanto. Todos los que estaban en el lugar lo miraron horrorizados, no entendían porque estaba tan alterado. Era un loco, demente tal vez, pensaban los que estaban a su alrededor.

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Se sentía frustrado por no poder mostrar lo que veía, porque sabía que cuando alguien decía algo fuera de lo común, lo tachaban de maníaco.

Su misión fue, entonces, encontrar al joven de simpática sonrisa y expresarle su miedo de que la mujer del vestido blanco lo acompañara.

Buscó por todas partes, no podía ni dormir pensando en dónde los hallaría. Todos los días pasaba por el lugar donde los había encontrado por primera vez, pero no los volvió a ver.

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Hasta que, una noche de mucha tristeza y soledad, ella llegó a su habitación, esta vez venía tomando la mano del joven maravilloso que había visto, estaba distinto, ya no tenía la sonrisa que había llamado su atención en el primer momento, ni tenía sus ojos, reflejaba lo mismo que ella, tristeza. Traía una rosa, igual que la que había traído la primera vez que se fue.

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- ¿Por lo menos, me dirás tu nombre? – Le habló el joven por primera vez. La mujer de vestido blanco se dirigía a la salida.

- Anxietas. – Le respondió con una voz ronca, amarga.

- Te extrañé.

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