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TRAS LA MASCARILLA

crónica

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Valeria García Gómez

Instagram: @val.gg11

La medicina es una labor que desde el comienzo de la historia de la humanidad, con su variedad de creencias y costumbres, ha cargado con la enorme responsabilidad de preservar la vida y protegerla de todos los peligros biológicos que puedan amenazarla. En momentos específicos de la historia esa carga y responsabilidad se ha multiplicado, pues la aparición de nuevas enfermedades supone un reto para todo el mundo, pero en especial para los profesionales de la salud, que deben arriesgar sus propias vidas para salvar otras, ¿por qué?, no por obligación, sino por vocación.

 

El 2020 ha sido uno de esos momentos específicos de la historia que suponen un reto para los profesionales de la salud, pues ahora enfermeros y doctores se enfrentan a la más grande pandemia de la historia. A pesar de eso, muchos médicos y enfermeras afirman por sus experiencias, vividas durante los últimos meses, que no es realmente la pandemia la que supone el mayor riesgo para ellos, sino la falta de empatía de todos los que no hacen parte de su gremio y no saben los riesgos y consecuencias a los que se enfrentan día a día aquellos que luchan por las vidas de quienes están internados por Covid-19, ni conocen los efectos personales que trae esta situación.

 

Los médicos y enfermeras que trabajan en salas de emergencias, unidades de cuidados intensivos y especiales y en clínicas y hospitales que están dedicados en su totalidad a atender pacientes de Covid-19, arriesgan su salud física y psicológica día con día, pues incluso en los casos de los más favorecidos, que tienen la oportunidad de laborar en lugares en los que se les brindan todos los elementos necesarios para la bioseguridad y en los que es posible respetar todos los protocolos necesarios, que lastimosamente son la minoría de los centros médicos, se enfrentan de todas formas a la posibilidad del contagio.

 

Incluso aún, si se deja de lado el riesgo de contagio al que se enfrentan, también se pueden ver los efectos que tiene el mantenerse en contacto con personas que viven con el virus y que están internadas porque no pueden vivir sin una máquina que respire por ellas, o sin personas que las asistan para hacer absolutamente todo. Muchas personas ajenas al gremio de la medicina piensan que los efectos personales que le trae esta situación a los profesionales de la salud, es el riesgo que hay para ellos y sus familias fuera de sus lugares de trabajo, por el miedo de la gente y la falta de empatía que hay frente a su situación, por las amenazas y agresiones físicas y psicológicas a las que se enfrentan. Y sí, una gran parte de los médicos y enfermeras que trabajan con pacientes de Covid-19 son agredidos, otros afortunados son apoyados y se les reconoce y agradece por su labor, pero realmente esto va mucho más allá.

 

Intubar a un paciente es difícil, no por la maniobra, sino porque es una situación triste, especialmente cuando se trata de pacientes jóvenes, porque tienen toda la vida por delante y es probable que no puedan seguirla. Ver a una persona que hace un par de semanas estaba perfectamente bien, caer postrada en una cama, sufriendo sola y viviendo gracias a una máquina, es algo realmente desalentador.

 

Es difícil que algún conocido o amigo cercano te pida que estés pendiente de un familiar que está internado y a la hora de ir a ver cuál es su estado enterarte de que acaba de fallecer por un paro respiratorio, no sabes cómo enfrentar a esa familia que puso sus esperanzas sobre ti, no sabes cómo decirles que ya no hay nada que se pueda hacer. Cuando son personas conocidas, ya no sabes ni cómo mirarlas a la cara.

 

El momento en el que realizas una videollamada con una familia para que se despida de un padre, una madre, un abuelo, un hijo… Ver esos rostros devastados que intentan disimular la tristeza para hacer sentir en paz a la persona a la que tienes enfrente y que sabe que le entregas esa tableta para que vea a su familia por última vez, es de lo más difícil de tratar a un paciente de Covid. Solo hay una cosa más difícil, y es cuando un paciente te pide antes de ser intubado que le permitan despedirse de su familia y que no logre sobrevivir para esa última llamada.

 

Y cuando llega ese momento en el que debes desconectar a un paciente, en el que le quitas el ventilador y con eso la poca vida que le queda, sientes un alivio pequeño, por él, porque ha dejado de sufrir. Pero siempre se pasa por tu cabeza que es una familia más sufriendo por esa ausencia, una familia más que no podrá volver a ver a su ser querido, porque después de que se les desconecta, van derecho a una bolsa y son cremados, así la última imagen que sus familias tienen de ellos es de cuando son ingresados, o a veces por una videollamada, la de una persona que sabe que no hay nada más para ella. Realmente no sabes cuál imagen será mejor para esas familias, qué recuerdo podrán guardar de quien fallece.

 

Pero la gente no piensa en lo difícil que es para los médicos y enfermeras enfrentarse a todo eso, piensan que la rutina les crea algún tipo de insensibilidad y ya no se ven afectados al ver a alguien enfermo, a una familia sufrir, que no es difícil escuchar a un paciente pedir con la poca fuerza que le queda un último deseo. Hay quienes creen que para un médico que ha perdido cientos de vidas, no es duro perder una más, pero la realidad es que uno nunca se acostumbra a ver morir a la gente.

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